María se había sacado
sus oposiciones de Administrativa y estaba bastante contenta, porque
anteriormente había estado trabajando en la empresa privada y lo había pasado
regular. Había tenido épocas buenas y otras no tanto, pero en general no tenía
muchas posibilidades de conciliar, ni de ascender a puestos de responsabilidad,
y le constaba que había compañeros suyos que ganaban más que ella aunque
desempeñaran el mismo trabajo. A todo esto había que sumarle que sabía que su
esfuerzo, que cada vez se le exigía que fuera mayor, servía simplemente para
enriquecer al dueño de la empresa. Ahora, desde el ámbito público pensaba que
todo era muy distinto. Todas esas cosas que había visto en la empresa privada
no se veían en lo público. Pero, y siempre hay un pero, de repente pasaron
algunas cosas que le hicieron cambiar de opinión…
María llevaba una
temporada encadenando una baja tras otra, y su jefe ya estaba un poco “mosqueado”
con el asunto. Finalmente, tras muchas vueltas y tras ver a muchos médicos, le
diagnosticaron fibromialgia, esa enfermedad que suele afectar a más mujeres que
a hombres y que resulta difícil de entender, porque, ¿Cómo es posible que un
día no seas capaz ni de levantarte de la cama, porque te duele todo el cuerpo?
¿Quién entiende que el más mínimo esfuerzo suponga un mundo?
María tuvo una crisis
larga de fibromialgia y tuvo que avisar a su jefe de que no podría ir a
trabajar. Cuando habló con él no encontró mucha comprensión. Le constaba que
varias personas de su departamento opinaban que lo que tenía era más bien “cuento”,
porque, ¿Cómo se demuestra una enfermedad invisible?
Estando en casa sin
poderse mover la llamó su madre, para saber cómo estaba, y para pedirle ayuda
porque tenía que presentar la declaración de la renta por Internet y no era
capaz. De hecho, su madre ni siquiera tenía ordenador. La pobre estaba indignada
porque ya no era posible presentarla de forma presencial. Y tenía problemas
parecidos con el banco, que para hacer muchos trámites se necesitaba instalar
una aplicación en el teléfono, y ella ni siquiera tenía un teléfono “de ésos
nuevos, de la pantallita”.
También la llamó su
amigo Juan, para preguntar por ella, y ya le estuvo contando que acababa de
pasar una odisea, precisamente por culpa de un trámite telemático con la
Administración para la que trabajaba María. Juan era daltónico, y tenía que
rellenar en línea un formulario que tenía unos códigos de colores que él no
pudo distinguir, y al no encontrar forma de subsanarlo, como estaba preocupado,
se acercó a la sede de la Administración para ver si podía solucionar el asunto
en persona. Juan se había lesionado un tobillo haciendo deporte, pero, no
obstante se plantó allí con sus muletas y todo y estuvo dando vueltas de un
despacho a otro, pasándolo fatal porque dos de los ascensores del edificio no
funcionaban precisamente ese día. Encima para salir tuvo que bajar a la pata
coja un enorme tramo de escaleras, porque, debido a la COVID no se permitía que
se cruzaran las personas que accedían al edificio con las que salían, y la
puerta de salida no tenía rampa, solamente escaleras. Juan estaba un poco
indignado, porque una persona con problemas más graves de movilidad que los
suyos lo hubiera pasado realmente mal.
Para colmo de males
María le pidió a su amigo Omar, que era también vecino suyo y trabajaba cerca
de donde ella tenía la oficina, que le hiciera el favor de acercarle a su jefe
los partes de baja que le había dado el médico de cabecera. Omar le hizo el
favor, y como era una persona que siempre se tomaba las cosas con humor le
contó, partiéndose de risa, lo difícil que fue entregar en mano a alguien de su
departamento los dichosos documentos. Los vigilantes de seguridad le pararon en
la puerta y le preguntaron hasta la fe de bautismo para dejarle entrar (“lo
cual está bien, buenas medidas de seguridad”, dijo Omar), pero es que luego en
los pasillos le pararon también un par de veces para preguntarle quién era y a
dónde iba. “Seguro que si hubiera ido de traje no me hubieran parado tantas
veces, con una o dos hubiera bastado. Así parecería menos moro, tendría que
haberme puesto traje”. María se rió con las bromas de Omar, pero cuando se
marchó se quedó fatal… ¿De verdad le habían parado tantas veces por su aspecto
y por su ropa?
También llamó a María
su compañera Tania para contarle que habían ascendido a un compañero a Jefe de
Servicio, en lugar de a la chica que había estado haciendo las funciones
durante unos meses y lo había estado haciendo muy bien. “Al final siempre cogen
a los chicos, ¿eh?”. María se puso a pensar y era verdad que en su departamento
había más jefes que jefas, estando la plantilla compuesta realmente por más
mujeres que hombres en general. Pero sí, los puestos superiores estaban casi
todos ocupados por hombres. Un poco como había visto cuando había trabajado en
la privada. Tania también le contó que había pedido acogerse al permiso de una
hora de ausencia retribuida por cuidado de un menor de 12 meses del que
disponían en su Administración, y que con ese cuento le habían quitado un
proyecto que estaba haciendo y del que estaba bastante orgullosa. “No te creas
que es tan fácil conciliar”, le dijo, “aunque sea tu derecho”.
Así que, no, la cosa
no estaba tan bien. Pero ¿qué podía hacer, por ejemplo, María, desde su pequeña
posición en esa enorme maquinaria que era su administración? Una maquinaria que
no estaba tan actualizada ni engrasada como parecía.
¿Era posible hacer
algo?
María decidió que, en
su pequeña parcela, lo intentaría.
Procuraría no tratar
de distinta forma a las personas, compañeros o administrados, simplemente por
su ropa, su acento o su color de piel.
Sugeriría que se
revisara el asunto de los accesos a su edificio. También sugeriría que se
revisara la accesibilidad de la web, y el formato de los formularios.
Se sumaría a una
campaña de firmas que había en marcha para procurar que los bancos y las
administraciones habilitaran de nuevo los canales tradicionales para poder
atender a personas mayores y otros colectivos.
Intentaría apoyar a
sus compañeras para que pudieran optar a mejores puestos, procurando ayudarlas
en lo que pudieran necesitar.
Se mostraría comprensiva
con las situaciones familiares o problemas de salud de los demás. No pondría
mala cara cuando tuviera que finalizar el trabajo de su compañero ausente,
porque su hijo se hubiera puesto enfermo, o por haberse puesto enfermo él
mismo.
¿Serviría de algo? Lo
malo se contagia, pero también lo bueno, aunque cueste un poco más.
Un granito de arena y
luego otro, y luego otro más… Al final son una montaña.
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